viernes, mayo 19, 2006

Una de Salzano

La estación de los caballos

En poder de un lápiz Faber / y apilado como un jockey sobre las páginas centrales / de un cuaderno Rivadavia / escribí una composición sobre el otoño / el otoño / escribí / es la estación de los caballos.
Y ahora viene lo mejor.
Dos meses después me mandaron a llamar del Ministerio para entregarme una medalla / un diploma sellado con un lacre / y la firma de un ministro / no había regresado a la escuela todavía / cuando ya circulaba el rumor de que iba a ganar el Premio Nobel.
Escribir / al fin y al cabo / era tan sencillo como meter la mano en una jaula / sacar los pajaritos que querías / y colocarlos sobre un cable que ya venía dibujado.
Cualquiera puede imaginar el resto: / una mañana cualquiera abrí la jaula / metí la mano / y estaba vacía / ¿Dónde estaban los años grandes que iban a venir?
Después me creció la barba / aprendí a fumar con el hombro apoyado en el farol del cine Palace / y me convertí en una persona exactamente igual a cualquier persona que hubiera conocido.
A veces me sentaba frente a la máquina de escribir y apretaba nada más que las vocales / ¿Cómo es que nadie me había dicho que era posible escribir y llorar al mismo tiempo?
Acabé convertido en uno de esos boxeadores que ya no son boxeadores / pero que siguen yendo al gimnasio / porque jamás dejarán de serlo / la escritura / es como una bolsa de arena / esperando los golpes en la penumbra del gimnasio.
Medio siglo después de haber perdido el Premio Nobel / me la paso girando en puntas de pie alrededor de la máquina / jadeando / con los dientes apretados / y es que las palabras no están en una jaula / sino en el corazón / y hay que luchar / matar / robar / amar / o huir para sacarlas.
Menos los niños.
Los niños nacen sabiendo que el otoño / es la estación de los caballos.

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