lunes, octubre 04, 2010

Paradesha


Paradesha

Hay paraísos semejantes al cuerpo humano”
Emanuel Swedenborg

No había pájaros que cantaran. Tampoco un tránsito desmedido y descontrolado, sino simplemente algún fugaz conductor que, presa de una natural y morbosa curiosidad reducía apenas la velocidad para luego poder ir con el chisme, quién sabe, a cualquier matrona de las que nunca tienen tiempo para nada, pero conocen millones de caras y casas ajenas y no le importa su propia vida, pero eso sí: barre la vereda.

Sólo había un gran puñado de seres humanos que en general, lamentaban mi óbito.

¡Miren esas caras! ¡Hasta podría llorar, si supiese cómo! La congoja ha usurpado sus rostros, les ha quitado aquellas expresiones que me eran familiares, que en este momento me gustaría recordar… Pero allá… Creo que está sonriendo… ¡Gracias a Dios! Sabe lo que siento, sabe que lo veo.

Claro que algunos sólo hacen acto de presencia para cumplir con una obligación social; son de los que piensan que deben malgastar así sus existencias con imposiciones sociales, los que sonríen a todo el mundo mientras alaban cosas que jamás han visto u oído, sin saber apreciar las sutilezas de la vida, o como en este caso, dando pésames como quien reparte volantes de menúes económicos.

¡Pero miren allí! Esa es…sí… Creo que es ella. ¡Hace tanto tiempo que no la veía! Por las lágrimas que surcan sus mejillas debo admitir que quizás aún, después de todo, me siga queriendo. Bueno…¿Cómo iba yo a saberlo? Y ése de allá…

En general han venido todos los que esperaba. No hay magnas ausencias, no hay extraños en demasía.

Mis padres… no dudo ni un segundo de su amor…¡Cuán lejanos pueden volverse aquellos que más cerca están! ¡Cuánto pueden herir los que aman! Yo les advertí que esto pasaría, pero quizá no me creyeron… Quizá no me tomaron en serio. Aún se remueven lozanos en mi memoria esos lejanos días en que terminaba la facultad y mis mentores admitían con orgullo que ya era abogado. Todos, desde el portero hasta mis padres, me felicitaban con más dicha por mi logro personal que yo mismo. Estaba completamente seguro de no haber realizado ninguna proeza, ningún logro personal. En fin, comencé otras carreras, alguna terminé, otras tantas abandoné por cansancio o desinterés. Tiempo después, me casé, tal vez buscando la panacea que no era capaz de encontrar por mis propios medios. Hasta que una mañana reveladora, luego de mirar durante horas el patio de casa, encontré mi vocación y enfoqué mi insulsa vida. Tenía que comunicar el gran cambio a todos mis seres queridos, así que llamé a todos para el evento. Y esperé.

Debería sonreír al evocar el momento. Cuando estuvieron todos reunidos, alcé mi copa y pasé suavemente mi vista por todos los pares de pupilas que se clavaban en mí. Tras ese lapso pertinaz comuniqué con júbilo arrollador:

-Voy a ser pasto.

Claro que fui el único que permaneció con la copa en alto. Mi padre rió estrepitosamente; mi madre se levantó crispada y se fue al baño, creo que a vomitar; mi esposa se levantó, supongo que a ordenar la cocina, y el resto tuvo diferentes reacciones; pero nadie escuchó. Me parece recordar que sólo uno de mis amigos, que ya había tomado de su copa, inquirió un despistado “¿Cómo?”.

-Sí.- repetí para las paredes. –No disfrazarme, ni parecer pasto. Quiero sentir, pensar o lo que sea que hace una brizna de hierba.

De más está decir que reaccionaron como la familia Samsa, luego de que su hijo se transformara en insecto, pero lo mío no era más que vocación. De misma manera en que ellos se distanciaron de mí, yo me alejé de mi vida normal; y si hubiera estado más cuerdo, tal vez hubiera muerto antes.

Me tiraba en el parque, contemplaba el cielo y me mimetizaba con la hierba; y eso en verano era muy agradable, pero llegó el invierno, y se transformó en una ordalía que ponía a prueba mi entereza. A veces hasta llegaba a sentirme como aquellas espiguitas verdes, pero la mayoría de mi tiempo sentía pena de mí mismo. A fuerza de sol, intemperie y estatismo ningún cuerpo humano puede sobrevivir demasiado.

Y eso es lo que pasó. Toda una vida provisoria de deseos inconclusos, coronada por este plomizo día de velatorio. Pero…¡Miren nada más, esos rostros compungidos! Y al que minutos atrás reía, ahora se le han unido algunos más.

Gracias. Me siento un poco menos solo en este camino que hoy emprendo; porque sé que estoy por entender las cosas de otro modo, y tal vez me olvide de todas estas caras; pero tengo la seguridad de seguir incansablemente por el camino correcto, porque mientras veo cómo cae la tierra sobre mi ataúd, me conmueve y regocija mi alma la idea de que en poco tiempo seré simplemente un montón de semillas esperando germinar mansamente bajo el astro rey.

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Cuento publicado ayer en el diario "La Jornada" de Villa Carlos Paz. Lo escribí hace unos 8 años, mas o menos...
La ilustración la realicé en MyPaint, hace una semana, sin releerlo.
Hoy en el diario lo volví a leer y, bueno... uno podría seguir corrigiendo por siempre...
Espero que les guste así como está. ;)

2 comentarios:

Carlos Eschoyez dijo...

sólo me resta pensar en que todos seremos pasto .......... pero.......que les pasará a todos los bichos que se alimenten de él? yo creo que casi todos los pastos los hacen engordar, algunos van al matadero..........a otros se lo comen otros bichos carnívoros, pero en general el pasto, como la lluvia,como la mayor parte de nuestro entorno, sin contar lo que llamammos ( mal llamado) gente es bueno y útil para seguir viviendo ..........

Nosotros dijo...

Pero muchas gracias Brujo por pasar a leer!
Te quiero mucho viejo, después te paso otros cuentos más que andan por acá...
Y a esperar a Marco! :D